El mito del THC: por qué el número no lo es todo

El mito del THC: por qué el número no lo es todo

El mito del THC: por qué el número no lo es todo

Una de las preguntas más comunes que recibimos en Pronoia Seeds es: “¿Cuál es la variedad con más THC?”
Y aunque entendemos de dónde viene esa inquietud —porque durante años el marketing cannábico ha girado en torno a ese número— la verdad es que el porcentaje de THC no dice casi nada sobre la calidad real del efecto. En el mejor de los casos, es un dato orientativo. En el peor, una distracción que empobrece la conversación.

Un rasgo estabilizado

En la cannabis moderna, el contenido de THC es un rasgo ya estabilizado en la mayoría de las genéticas bien trabajadas. Cualquier híbrido contemporáneo medianamente seleccionado puede ofrecer plantas con niveles altos de potencia.
Es decir: todas las variedades pueden tener fenotipos fuertes.
El trabajo de selección (o phenohunting) consiste justamente en encontrar esos individuos que mejor expresan su potencial, no en buscar un número en la etiqueta.

Por eso, cuando alguien pregunta “¿cuál es la más potente?”, la respuesta honesta es: depende de qué tipo de efecto buscas. Hay variedades que invitan a la introspección, otras que motivan la creatividad, otras que calman o suavizan la ansiedad. Todas pueden tener THC alto, pero no todas “pegan” igual.

Más allá del THC: la sinfonía de compuestos

El cannabis no es una molécula, es una orquesta química compleja.
Existen más de 500 compuestos identificados en la planta, y al menos un centenar de ellos son psicoactivos o moduladores del sistema endocannabinoide. Entre ellos se encuentran:

  • Cannabinoides menores como CBG, CBN, CBC o THCV, que pueden potenciar o modular el efecto del THC.

  • Terpenos (los compuestos aromáticos responsables del olor y sabor), que también influyen profundamente en la experiencia.

  • Flavonoides y ésteres, que contribuyen a la duración, el tono emocional y la cualidad sensorial del viaje.

Todo esto se conoce como efecto séquito o entourage effect: la sinergia entre cannabinoides, terpenos y otros compuestos crea un resultado que ninguno de ellos puede producir por separado.

Un ejemplo claro es el CBD, que en pequeñas dosis inhibe parcialmente el efecto del THC, pero al mismo tiempo lo vuelve más equilibrado, menos ansioso y más funcional. Lo mismo ocurre con terpenos como el mirceno (relajante), el limoneno (energizante) o el pineno (clarificador).
El efecto final es una danza química, no una simple suma.

Cuando el número engaña

A lo largo de los años, han aparecido laboratorios que declaran variedades con “30% o 35% de THC”. La realidad es que resulta muy dudoso que una flor seca y curada contenga más de un 25% de THC real.
Más allá de la precisión de las mediciones, lo importante es que una planta con 15% puede ofrecer una volada mucho más rica y compleja que una de 25%. ¿Por qué? Porque el número no mide la calidad del efecto, solo la concentración de un componente.

El THC puro (aislado) es un excelente ejemplo: su efecto es plano, rápido, carente de “alma”. No tiene matices, ni cuerpo, ni personalidad. En cambio, una flor entera bien curada, con su perfil completo de terpenos y cannabinoides, ofrece una experiencia mucho más completa, duradera y con carácter.
Por eso decimos que la “personalidad” del viaje cannábico la da la planta entera, no una molécula en particular.

El alma de la planta

En breeding hablamos mucho de “expresión” y de “carácter”.
Las plantas con aromas intensos, resinosas, con una paleta de terpenos rica y compleja, suelen correlacionar con un efecto potente, profundo y duradero.
No es coincidencia: los mismos procesos biosintéticos que generan los terpenos más interesantes también producen mayores concentraciones de cannabinoides activos.

Por eso, en una caza de fenotipos, el olfato es una brújula más confiable que el laboratorio. Las plantas más “hediondas”, con perfiles aromáticos densos y complejos, tienden a ser las más potentes en todos los sentidos. Esa potencia no se mide solo en miligramos por gramo, sino en impacto global: sensorial, mental y emocional.

Madurez como consumidor

Preguntar “¿cuál tiene más THC?” suele delatar falta de experiencia. No hay nada de malo en eso —todos empezamos por ahí—, pero el crecimiento como cultivador o consumidor pasa por refinar la sensibilidad y aprender a leer los matices.
Un usuario experimentado no busca una cifra, sino una sensación específica:
“quiero algo que me relaje sin dejarme sedado”,
“quiero inspiración creativa sin ansiedad”,
“quiero un efecto social, alegre, pero con profundidad”.

A partir de esa conversación es donde realmente podemos recomendar una genética.
Esa es la diferencia entre vender semillas y curar experiencias.

El futuro del cannabis no está en el THC

La próxima evolución del breeding no será aumentar el THC, sino equilibrar el espectro químico completo.
Ya hay criadores trabajando con proporciones inusuales de THCV, CBG, o con perfiles terpénicos únicos que crean efectos muy distintos a los del THC dominante.
En ese sentido, el futuro del cannabis recreativo y medicinal será más cualitativo que cuantitativo.

La potencia no está en un número. Está en la armonía entre compuestos, en la expresión fenotípica y en la mano del cultivador que entiende que cada planta es una historia diferente.
Y esa historia se vive mejor con la mente abierta, el olfato atento y el paladar curioso.